Por Felipe Puerta

Una película que merecía ser descubierta por muchos más corazones
Hay películas que, sin grandes efectos ni promociones ruidosas, logran hablarle al alma. Esta es una de ellas. Una historia sencilla, sí, pero tejida con hilos tan reales y tan humanos que uno no puede evitar sentirse parte de ella. Es la historia de muchas familias, especialmente de aquellos abuelos y abuelas que con sus manos arrugadas y sus miradas pacientes han sostenido generaciones enteras sin pedir nada a cambio.
Lo más poderoso de esta película es su capacidad para hacernos volver la mirada a esos lazos que el ritmo frenético del presente suele empujar al olvido: los abuelos. Ellos, que alguna vez criaron entre silencios, sacrificios y amor sin condiciones, ahora tienen la oportunidad de amar con libertad, sin miedo ni exigencias. A través de cada escena, cada gesto, cada palabra cuidadosamente dicha, se nos recuerda que ese amor es el que nos sostiene incluso cuando ya no están físicamente con nosotros.
La fotografía es un regalo visual. Cada plano, cada color, nos envuelve con una belleza cálida que, lejos de distraer, potencia la emoción. A eso se suma un guion cargado de ternura y verdad, donde el humor aparece con una delicadeza que no resta fuerza al drama, sino que lo equilibra, como sucede en la vida misma. La historia fluye con una naturalidad que hace que el espectador se quede ahí, sin moverse, escuchando como quien escucha a un ser querido contar algo importante.
Uno de los mayores aciertos es cómo la película logra convivir con su tiempo. No huye de la tecnología ni del presente, sino que los integra con inteligencia y sensibilidad, demostrando que hablar del amor familiar, del duelo, de la soledad y de la memoria no está reñido con lo moderno. Al contrario: nos muestra que estos temas siguen siendo urgentes y actuales, incluso (o sobre todo) en esta época.
Más allá de lo cinematográfico, esta película es una llamada de atención suave pero firme: ¿cuánto tiempo hace que no escuchas a tus abuelos? ¿Cuánto hace que no los visitas, que no les das un abrazo sin prisa, que no te detienes a mirar cómo te miran? Ellos no están para siempre. Pero su amor, su forma de cuidar, de cocinar, de sonreír bajito, permanece. Y este filme lo dice sin necesidad de subrayarlo.
Es triste que una película así no haya encontrado el lugar que merece en las salas. Pero eso también es parte de su esencia: como muchos abuelos, pasa desapercibida en el ruido del mundo, aunque dentro lleva un corazón inmenso. Recomendarla es un acto de amor. Porque verla es reencontrarse, emocionarse, reflexionar… y recordar lo que de verdad importa.
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Sobre el autor

Felipe Puerta
Fundador y director del medio digital Cementerio de libros.
Ad ganga med bok I maganum.
"No eres lo que escribes, eres lo que lees".