Por Emily Alvarado

Silencio: El poder de la quietud en un mundo ruidoso, escrita por el monje vietnamita Thich Nhat Hanh, es una obra contemporánea del budismo que ofrece mucho más que conceptos espirituales: brinda una herramienta clara y práctica para vivir con más conciencia, serenidad y conexión interior.
El libro no destaca por un lenguaje rebuscado ni por una prosa literaria elaborada. Al contrario, su estilo es simple, directo y profundamente humano. Y quizá ahí radica su fuerza: en esa sencillez que no compite con lo poético, sino que lo revela. Cada palabra está impregnada de una quietud que se transmite; de un silencio que se escucha.
Hanh nos enseña que, en medio del ruido del mundo moderno —pantallas encendidas, notificaciones constantes, pensamientos que no cesan—, existe un refugio accesible: el silencio. No un silencio vacío o forzado, sino uno lleno de vida. Un espacio sagrado donde podemos volver a sentir, escuchar y sanar.
A través de la figura budista de Avalokiteshvara, el Bodhisattva de la Compasión, el autor nos presenta cinco sonidos sagrados que simbolizan dimensiones del despertar interior: el sonido de la maravilla de la vida, el sonido del silencio que escucha, el sonido creador del universo, el sonido de la enseñanza del Buda y el sonido que trasciende todos los sonidos. Cada uno representa una forma de conexión con la existencia, un modo de habitar el presente con apertura.
Para acceder a estos sonidos, explica el autor, primero debemos encontrar el silencio en nuestro interior. Y, para lograrlo, necesitamos observar con atención qué estamos consumiendo. No solo lo que comemos, sino también lo que vemos, oímos, sentimos y deseamos.
En este contexto, introduce la enseñanza de los Cuatro Nutrimentos: alimento comestible, impresiones sensoriales, volición y conciencia. Todo lo que consumimos —desde una conversación hasta una emoción colectiva— impacta nuestro bienestar. Así como la comida puede nutrirnos o enfermarnos, también lo pueden hacer las ideas, los entornos, los deseos y las emociones ajenas que absorbemos sin darnos cuenta.
Practicar la atención plena es, entonces, una forma de autocuidado. Es elegir con conciencia qué dejamos entrar en nuestro cuerpo y en nuestra mente. Es comprender que todo acto, por cotidiano que parezca, puede convertirse en una forma de meditación: caminar, lavar los platos, comer, respirar.
Más allá de técnicas o doctrinas, Silencio es una invitación a recuperar nuestra presencia. A detenernos. A habitar el instante sin huir ni distraernos. A descubrir que, en el fondo de todo, siempre hay calma.
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